domingo, 4 de noviembre de 2012

Una visión en la televisión

Un licenciado en Filosofía y ex pretendiente a dandy escuela Caparrós, Lisandro Montes Arévalo, residente del barrio de Versalles y temporariamente desocupado (está entre dos becas), decide darle un descanso a su macizo cerebro y alienarse frente al aparato maléfico con una lata de atún, queso fresco, pan y vino tinto. Su dedo déspota se pasea por canales de películas, impaciente por la profusión del decadente Hollywood de las últimas décadas, y de series, formato que aborrece. Desprecia por principio el canal oficial y finalmente ancla en el canal defensor de la libertad de expresión, repito, Libertad-de- Expresión. Dos conductores con traje y ojeras de sepultureros de ilustración de novela de Mark Twain son minúsuculas figuras en el paisaje de un inmenso estudio con no menos de tres grandes mesas en herradura y una escenografía abstracta y colorinche. Ahora se alejan de una de las mesas hacia la derecha , donde está sentada y va a ser entrevistada, anuncian, Eliana Parió, veterana diputada y azote de Dios. Después de unos forzados comentarios humorísticos sobre los horribles trajes de los conductores-sepultureros, la vocación astrológica de la diputada, que es redonda, es puesta a prueba con la pregunta de cómo ve el año que viene.
  Desastres, rayos y centellas, apunta cavernosa la esferolegisladora. Pero basta ver lo que pasa este año, las amenazas a las instituciones que por otra parte son una mierda, yo sólo confío en una jueza hasta que me demuestre que también es una chorra hija de mil putas. Pero qué querés con esta banda de idólatras adoradores del Diablo, con estos fascistas-estalinistas-castristas-neonazis, esta no es Eva Braun porque tiene feas piernas. Miren, yo tengo autoridad moral. Eso es lo que pasa. Lo que a mí me sobra, a otros les falta. Puedo prestar, pero con un interés razonable, no a las ridículas tasas que la política argentina, decadente como nunca, me ofrece. ¿Qué van a hacer con la inflación? ¿Qué van a hacer con la cosecha de sorgo que se arruinó? ¿Quién atiende a los mercados de ultramar? ¿Quién frena el materialismo del consumidor nativo? Yo lo que veo es que los problemas se acumulan y no hay indicios de un plan a largo plazo, falta voluntad política y sobre todo, señores, falta decencia. Decencia. A mí me sobra, no hablo por mí, me quedé sola pero ya, la victoria es peor que la derrota. Cristo tiene una espada, no es sólo amor, eh (guiña el ojo). Los que se arrepientan aún están a tiempo, ¡pero que no demoren, porque la hora y el día están fijados desde el principio de los tiempos y hace cinco años que vengo avisando! Este país no es una sociedad, esta sociedad no tiene moral, esta moral no es la de Hanna Arendt. ¿Para qué hablo? ¿Quién me escucha? 1%, señores. No me da vergüenza decirlo, porque los equivocados son los otros y el año que viene lo demostrará. El pueblo argentino tiene que salir a la calle con la Constitución en una mano y la espiga de trigo en la otra. Nos subimos a un carro alegórico y bombardeamos con cereal la Casa Rosada. De noche con esa luz parece un boliche de Miami, yo no conozco pero me contaron. ¡Los pecadores serán tragados por un abismo de fuego y hielo! Yo aviso, aviso, pero no me tomen por tonta...Yo sé, yo sé que cada uno está con su negocito, su minita, su noviecito, y no piensa en el país, en la sociedad que ya no da más de tanta injusticia y corrupción. Lo digo de frente y sin vueltas, a mí no se me paspa la lengua por dar nombres: Juan Duarte maneja la plata de Odessa. Y ustedes lo saben perfectamente, pero no lo dicen. A mí no me cuesta nada y lo derrocho a manos llenas, me sobra decencia, castidad, autoridad moral. Si usted quiere le presto, pero tonta no, ¿eh? A ver qué van a hacer cuando se acabe la plata de los casinos, de la droga, de la trata....Pero yo quiero llevar un mensaje a cada hogar: no se desesperen. No va a pasar nada. Salgan que no va a pasar nada. No hay que tener miedo, hay que tener cuidado. Otra cosa les digo...

Lo raro es que a medida que hablaba su voz enronquecía y a Lisandro le pareció que un fulgor verdoso despedían su ojos, marrones como los de Bambi. Los periodistas se removían en las sillas giratorias, se aflojaban la corbata, pasaban el canto de la mano por las brillosas frentes. La voz grave, sepulcral, ahora hablaba de las aberraciones por venir, pero ya el incendio del decorado era inocultable y los enterradores huían de un tropel de centauros pifiantes que pisoteaban las alfombras y las mesas, mientras la global eurodiputada seguía hablando, inconmovible, fanatizada, y la verdad del juicio final, a través de la garganta de Belcebú, se hacía patente para Lisandro, que no podía dejar de eructar por la mala calidad del paté.

1 comentario: